En una ocasión, hace unos años atrás, perdí el enfoque de mi vida. A raíz de ciertas decisiones equivocadas toqué fondo hasta el punto de quebrarme como consecuencia de la opinión que otros tenían de mí. Le otorgué mayor importancia a la crítica y al juicio que a mi propósito de vida. Relaciones tóxicas, difamaciones, mentiras, traiciones, desilusiones… todo esto era parte de mi realidad. La paz se había ido de mi lado y solo me hicieron compañía la soledad y el rencor. No me importaba seguir caminando en la vida estando vacía y sin un rumbo trazado. Pensé que ya no había esperanza ni una solución lógica a lo que estaba viviendo. Pasó el tiempo y poco a poco solo quedamos yo y mis ganas insuperables de querer salir del hoyo… eso que muchos le llaman fuerza de voluntad. ¡Todavía me quedaba un poco de eso!
Para los ojos de muchos lo tenía todo. Una mujer llena de “talentos y habilidades” capaz de llevarse el mundo por delante. Lástima que todos se creían esa versión de mí menos yo. Me sentía vacía y cargaba tantas heridas en mi corazón que hasta pensé que jamás hubiera podido perdonar a mis “ofensores”. A aquellos que me convirtieron en una mujer fría y pesimista. Hasta que un día, cuando finalmente decidí tirar la toalla vino a mi mente esta pregunta: ¿Qué fácil es victimizarse? ¿Qué fácil es echarle la culpa a todos de lo que nosotros decidimos o hacemos?
Lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos, mi llanto parecía no tener fin. Y es que había llegado a mi límite de tolerancia y resistencia. Había comprendido en aquel instante que la maldad de otros nos puede afectar solamente si lo permitimos. Comprendí que lo que otros habían determinado sobre mi vida era simplemente una percepción objetiva de lo que ellos querían ver. No representaba lo que soy o hacia donde voy. Era solo eso, una opinión más.
Después de luchar tantas veces en contra de la corriente, me levanté. Con más fuerza que nunca, me levanté. Y es que un emprendedor sabe cómo construir su imperio con las mismas rocas que le han arrojado. Cada crítica, cada abandono, cada juicio sobre mi cabeza lo utilicé para levantarme. Fueron el motor que impulsó el desarrollo de mi madurez, fueron la motivación para no quedarme tendida en el suelo. Esta vez veía todo de una manera diferente. ¡Permití que me juzgaran! Lo hice cuando Dios me recordó que iban a caer a mi lado mil y diez mil a mi diestra más a mí no podrían llegar. Sus ganas de destruir mi vida eran tan agotadoras en su momento, que de repente todo cesó. ¡Se había acabado la resistencia en mí! Dios había comenzado a ponerme en gracia delante de aquellos que hicieron leña de mi árbol caído. Los ha sentado a todos en primera fila para que sean testigos no de lo que yo pueda alcanzar, sino de lo que su gracia inmerecida me ha permitido vivir.
¡Deja que te juzguen! No te defiendas. Aquel que comenzó una buena obra en ti, en su tiempo, la perfeccionará. ¡Resiste! Pues la opinión de otros no determina tu destino.
Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón. 1 Samuel 16:7.
Sharil Sánchez
05/09/18

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