Si conoces la historia de Adán y Eva al pie de la letra, debes conocer entonces la raíz del resultado que provocó su pecado y en su momento, sus malas decisiones. A través de la historia, el ser humano ha buscado la manera de igualar o superar a Dios. ¿Suena fuerte no? Sí. Esa es la realidad. Lo podemos apreciar en la ciencia, en los gobiernos, en la sociedad y hasta en nosotros mismos cuando accionamos sin antes tener la certeza de tenerlo a Él de nuestro lado.
Toda acción tiene sus consecuencias, toda causa tiene su efecto. El asunto que quiero resaltar en esta ocasión no es el pecado, sino el efecto que provocó la desobediencia del hombre y como Dios reaccionó ante ella. ¡Dios tuvo que cambiar su diseño original! Al maldecir a la mujer y al hombre por causa del pecado, ese diseño por el cual fuimos creados se alteró. Génesis 3 nos relata detalladamente el castigo del hombre por parte de su creador, varios de hecho. Desafortunadamente son maldiciones que hasta el día de hoy se hacen presentes en nuestro diario vivir pero que tenemos la autoridad de deshacer.
Quiero enfocarme en uno de los diversos castigos que el hombre y la mujer recibieron. ¿Sabías que pertenecer a un sistema laboral no era parte del diseño original de Dios?
¡No te escandalices! Analiza esto: Cuando Dios maldijo a Adán sus palabras fueron las siguientes (Génesis 3:17-19):
«Por cuanto le hiciste caso a tu mujer, y comiste del árbol del que te prohibí comer, ¡maldita será la tierra por tu culpa! Con penosos trabajos comerás de ella todos los días de tu vida. La tierra te producirá cardos y espinas, y comerás hierbas silvestres. Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado. Porque polvo eres, y al polvo volverás».
Es decir, si esto fue parte de su castigo, entonces era todo lo contrario a su plan inicial. El diseño original de Dios no era que fuésemos parte de un sistema laboral toda nuestra vida, sino que disfrutáramos de la libertad y las maravillas que Él había creado para nosotros y que a causa de nuestra soberbia, perdimos.
Te estarás preguntando, ¿entonces, como mantendré a mi familia si no puedo ser parte de un sistema laboral? Aunque es un tema complicado que envuelve otros detalles, te responderé de la forma más simple posible. Desafortunadamente en esta tierra todo se mueve a favor del dinero y las riquezas. El detalle está en que es posible vivir cómodamente sin la necesidad de arriesgar nuestra paz y felicidad, al punto de olvidarnos de nosotros mismos para cumplir los sueños de alguien más mientras la vida nos pasa por el lado llevando la delantera. Intercambiando nuestro tiempo, lo cual no se recupera, por obtener un beneficio monetario que apenas nos alcanza para vivir. Desgastando nuestro cuerpo, nuestras ideas, nuestras energías, mientras que otros se vuelven grandes y poderosos a causa de nuestra frustración y nuestro esfuerzo. Y es que el que no pueda cambiar de mentalidad y no trabaje a favor de sus metas y objetivos es y será un esclavo de la sociedad hasta el fin de sus días.
En el viejo testamento, donde cobra vida este relato de Adán y Eva, abundaba la ley. Ahora sobreabunda la gracia de Dios (favor inmerecido). Quiere decir que a través de nuestra obediencia, integridad y fidelidad podemos regresar al diseño original. Todos tenemos el derecho de vivir a plenitud. Todos tenemos la capacidad de convertir nuestras limitaciones en el motor para lograr grandes cosas en la vida. Deja fluir tus ideas, tus proyectos, organiza tu vida y crea un plan de acción. Trabaja para ti y por ti, por los tuyos. Cumple tus sueños y ayuda a otros a cumplir los suyos. Recuerda que la costumbre y el miedo nos paralizan en el camino pero la confianza en Dios y en ti mismo puede conducirte a vivir la mejor temporada de tu vida. Yo tomé la decisión hace un tiempo atrás y no me arrepiento.
Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza. Jeremías 29:11

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